Las personas exitosas no se diferencian de las que
no lo son porque sean más inteligentes ni tengan más talento. Es cierto que
estas dos características tienen mucha responsabilidad en el éxito de la vida,
pero antes de todo está la actitud. Estas personas se plantean objetivos
desafiantes e invierten esfuerzo para alcanzarlos. No se dejan vencer por las
circunstancias; luchan, se caen y se levantan una y otra vez.
Para ellos no existe la palabra fracaso, sino
intentos y ensayos, experiencias que día a día enriquecen su crecimiento
personal. Nunca se desaniman, vuelven a replantearse los objetivos y valoran
más el esfuerzo de haberlo intentado que de haberlo conseguido. En su
vocabulario y en su mente no existe la posibilidad de sentirse mal cuando no
alcanzan los objetivos, sino que retoman fuerzas para volver a comenzar.
Tienen un enfoque diferente, dirigen la atención a
lo que suma, a volver a crear, y se quedan con aquello que enriqueció su
experiencia, independientemente del resultado. Por eso triunfan y consiguen
llegar donde desean. Su dinámica es muy sencilla: «Pienso lo que deseo,
establezco mis objetivos, desarrollo un plan para alcanzarlos y no dejo de
luchar hasta que consigo lo que quiero. Con esfuerzo, sacrificio, coraje, casta
y muchas horas de trabajo. Así se llega. Si así lo deseo, así será».
Quédate ahora con esta idea y procura que te
acompañe toda tu existencia. Eres el protagonista de tu vida, no dejes que
nadie la viva por ti. No permitas que las circunstancias te afecten de tal
forma que te conviertas en la marioneta de ti mismo.
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